Para Rubén, el obrero constructor, algo es
indiscutible y es el espíritu del esfuerzo.
La idiosincrasia de un hombre como
Rubén tiene implícita la idea de que el pan no viene solo, que nada, pero
absolutamente nada, viene sin esfuerzo.
Por lo menos para él, y sabe aceptarlo
como corresponde. Se lo inculcaron de chico, seguramente creció viendo a sus
padres esforzarse de sol a sol para que pudiera tener lo mejor que un padre
podía darle a su hijo, dentro de sus limitadas posibilidades, pero con esa
dignidad de quién se desloma por amor.
Para Rubén la vida tiene ese engranaje
diario por el cual muda domicilio de manera temporal, se aleja de su esposa, de
sus hijos y promete que el esfuerzo lo vale, no cabe otra opción que irse
aunque sea durante la semana, la obra lo llama, la obra lo demanda y resulta
inviable volver a su hogar de cada día finalizada la jornada de trabajo.
Rubén
sabe que no hay otra opción, entonces día a día enfrenta una extensa jornada
laboral de desgaste físico continuo que gravita sobre sus emociones, está
cansado y sabe que no tiene más remedio que sumergirse en ese engranaje diario
de trabajo arduo, sujeto a las penurias propias de la exigencia de sus tareas
que se complementan con las erráticas condiciones climáticas que lo vapulean día
a día.
Pero si algo entiende Rubén son sus motivos,
razones, objetivos y anhelos. A medida que se aleja de su hogar sueña con darle
lo mejor a su familia y entonces la distancia deja de ser un impedimento para
convertirse en un medio para un fin, un gran fin.
Sabe lo que cuesta el
día a día y poco pareciera importarle el precio que asume: sus objetivos son
mayores.
Mientras apila ladrillos, proyecta el egreso de su hijo mayor.
Próximamente terminará el colegio y quiere ser ingeniero. Sabe que es posible:
ladrillo tras ladrillo, llegó hasta aquí.
Mientras prepara la mezcla sabe que
su hija entra el próximo año al colegio secundario. También, sabe que es
posible.
Mientras carga bolsas de cemento cuyo peso ni siquiera fue pensado
para la fuerza de un hombre común, menos, para la de un Rubén cansado y
ajetreado por años de cargar semejantes trastos, puede proyectar la colación de
grado de su hijo, el futuro ingeniero.
Es que Rubén entiende que el hoy no fue gratis y
tampoco lo será el mañana.
Entonces ya poco importan la jornada, el capataz, la
lejanía, el clima, los dolores, las injusticias y la vida misma. En silencio,
proyecta grandes cosas para los suyos y, casi inconsciente, deja entrever una
mueca de satisfacción en su cansado semblante.
No hace falta decir, no hace
falta hablar, solo hace falta hacer, construir. Y Rubén sabe que
cada ladrillo apilado edifica su tan anhelado mañana…
Escrito por Francisco Cardinali.
Excelente! Está Es la filosofía del verdadero trabajador, de aquel cuya finalidad es profunda y que a pesar de los "esfuerzos" será muy difícil de erradicar.
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